Monumento de las mujeres tlaxcaltecas: crónica de la marcha del 8M en Tlaxcala

Poco a poco formaron filas para encaminarse por las calles de un lugar donde se sabe, pero no se dice, donde desaparecen, pero no se les busca, donde se les golpea, pero no procede, donde se aborta, pero no se viola, un lugar donde eso no es cierto, eso no pasa, eso no existe
Tlaxcala, Tlax; 11 de marzo del 2025 (Ángeles ZR). – La mañana del 8 de marzo transcurría pacifica en la capital tlaxcalteca, pero en el aire se respiraba la incertidumbre por lo que se avecinaba; los recuerdos del año pasado asechaban a los vecinos, locatarios y trabajadores quienes se preparaban para recibir a las manifestantes.
Al Zócalo arribaron colectivos feministas para realizar actividades lúdicas, informativas, espirituales todas con la intención de esparcir el mensaje, no somos tu enemiga, queremos libertad, soberanía sobre nuestro cuerpo, queremos llegar vivas a casa, queremos que entiendas que estamos bajo el mismo sistema que nos condena de diferente manera.
Una manifestación minúscula por parte del gremio magisterial reunió repentinamente a fotógrafos y periodistas que cautelosos aguardaban en algún café por la marea violeta, aprendieron de las experiencias de años pasados que la distancia es lo que les conviene cuando se trata de la manifestación de las feministas.
“En la marcha del 2022 me pintaron el teléfono con aerosol”, testificó un reportero, mientras su mirada expectante se dirigía a la Avenida Independencia, como si se preparara para recibir al toro que sale del pasillo de la plaza.
“Yo no entiendo por qué hacen eso, si ni siquiera les hacemos nada”, contestó otro reportero que sostenía un triple con un teléfono.
“Mejor ni te les acerques, pinches viejas locas”, replicó un fotógrafo.
Recordaba la primera vez que asistí a una marcha del 8 de marzo y la madre de Daniela, la maestra desaparecida de Apizaco, daba su testimonio: “Dicen sus abogados que se reserva el derecho a declarar, pero, así como él tiene el derecho a no decir dónde está mi hija, yo también tengo derecho a saber dónde está mi hija”, lloraba, el nudo en la garganta regresa a mí justo como en ese día, pero me lo trago, me despido de mis compañeros reporteros y me encamino al Boulevard Guillermo Valle donde me toca cubrir la salida del contingente, en el asta bandera.
Al llegar puedo observar pañuelos violetas en la frente, vestimenta negra, o también verde, pancartas enrolladas que dejaban ver diamantinas consignas, globos, velas, flores moradas, sahumerios, fotografías impresas en hojas carta en blanco y negro, de repente a color, e incluso lonas donde se ven rostros con rasgos pueriles, otras de señas más longevas, pero muchas de mujeres que estaban en la plenitud de su vida.
Encuentro rostros conocidos, caracterizados conforme al día, pero no están allí para proclamar justicia, están allí para vigilar; veo otros, son compañeras reporteras que me saludan a los lejos, lo que me alivia un poco, pues percibo la hostilidad, porto chaleco de prensa y cargo un triple con teléfono, sugiero enemigo a la vista, pero no las culpo, asumirse feminista y unirse al contingente este día podría compararse a una mujer que decide usar pantalón, trabajar, divorciarse, votar u opinar en los 1900´s, un acto terrorista, por lo que estar alerta es normal.
Me reúno con mis compañeras para comenzar la cobertura, pero no dejo de pensar en que podría repetirse la represión del año pasado con granaderos, tanquetas y gas pimienta, mi corazón late rápido, mi estómago pesa, tiemblo un poco, pero me concentro, recuerdo que hay personal de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y puedo acudir a ellos en caso de que algo malo me pase.
Poco a poco la asta bandera fue cambiando su aspecto original hasta que el símbolo de venus fue colocado en el centro del monumento histórico: a partir de ese momento, se transformó en el monumento de las violadas, las golpeadas, las abusadas, las desaparecidas, las asesinadas, el Monumento de las mujeres tlaxcaltecas.
Las mujeres comienzan la conmemoración con un ritual para pedir la bendición a la madre tierra, cuyo vientre se hincha cada año proveyendo el alimento a sus hijas, hijas que se alistaban para salir a marchar nuevamente, aunque no estaban todas, unas se dejaron intimidar por el miedo a la represión de un estado escondido tras gigantes de acero, otras, ya no regresaron a casa, pero su espíritu presente en cada una de las niñas, jóvenes, mujeres y ancianas que decidieron tomar el riesgo otra vez y marchar, marchar por lo que les arrebataron, contra un yugo que asecha en cada esquina de este estado, en los rincones de sus hogares, en cada lugar que pisan.
Antes, un minuto de silencio por nuestras muertas, dijeron, para no olvidarlas, para honrarlas, para amarlas; poco a poco formaron filas para encaminarse por las calles de un lugar donde se sabe, pero no se dice, donde desaparecen, pero no se les busca, donde se les golpea, pero no procede, donde se aborta, pero no se viola, un lugar donde eso no es cierto, eso no pasa, eso no existe, señalaban sus pancartas.
“Justicia”, “No estamos todas”, “No es piropo, es acoso”, “Marcho para que mi madre deje de temer por sus hijas casa que salen a la calle”, “Son tus calles, pero era mi hermana”, “Mi madre me enseñó a luchar”, “Hoy grito porque cuando me violaste no pude”, “Si los abusos fueran fuego, México estaría en llamas”, “Quiero que toda niña sepa que su voz puede cambiar el mundo”, “Nos queremos vivas, libres y sin miedo”, las voces de las tlaxcaltecas plasmadas en interminables pancartas mientras la Guillermo Valle se tornaba violenta, verde, negro y blanco, al unísono de “Mujer consiente se une al contingente”, y más frases que lucha, de denuncia, de valentía ante ojos que miraban atónitos, recelosos, burlones, de repente, miradas cómplices que coincidían con la causa.
Mientras los drones sobrevolaban los contingentes, las manifestantes sonreían y cantaban, pues el 8 de marzo es el único día en que las mujeres pueden hermanarse sin importar edad, profesión, estilo de vida, razones para marchar, el 8 de marzo es el día en que todas nos convertimos en una sola que sin temor exclama: “País feminicida”.
Conforme avanzan al ritmo de los tambores, las calles cimbran bajo un pie de lucha que resiste a un sol sofocante, pero que no se compara al asfixiante yugo que viven a diario como mujeres que apenas pueden alimentar a los hijos e hijas de unos hombres que se deslindaron de ellos; niñas que son obligadas a compartir el pan y la sal con los primos, tíos, padres y abuelos que por las noches entran a sus habitaciones porque su cuerpo les pertenece; ancianas cuyos huesos se han endurecido por los golpes de maridos que solventan el gasto desde hace 50 años cuando fueron obligadas a decir “si, acepto” ante una Iglesia que dicta que en la mujer yace el pecado.
Antes de doblar la esquina del Congreso de Tlaxcala el contingente que encabeza la marcha con bebés, niñas y niños acompañados de sus madres, tías y abuelas se separa para seguir hasta artesanías, no comprendo lo que pasa, giro la cabeza y las manifestantes marchan hacia el palacio legislativo, donde las leyes parecieran estar escritas sobre piedra por la mano del hombre, donde se ha paralizado la discusión sobre los derechos sobre su cuerpo, donde es más importante proteger el patrimonio cultural de la mayor masacre que se pudo haber registrado en esta tierra, donde el dinero es lo que determina las reglas, mas no la justicia.
Lanzan globos con pintura, arrojan piedras, rompen vidrios, escriben nombres conocidos con aerosol, colocan mantas, y prenden fuego, la catarsis que experimentan se contagia en cada una de las que grita “Fuimos todas, fuimos todas, fuimos todas”, ¿cómo no hacerlo? Si la rabia es lo único que les queda tras señalar al padre, al maestro, al director, al músico, al doctor, al artista y recibir como respuesta que tiene derecho a un juicio en libertad; tras buscar por lotes baldíos, por canales, desagües a tantas, tantas, tantas sin lograrlo, tras recibir el cuerpo de su hija, de su hermana, de su madre, tras alzar la voz con todo el coraje para que la sociedad y el estado les enseñe que el orden de las cosas es la sumisión y el silencio, o el castigo fatal.
Las acusaciones a personajes políticos me dejan atónita, así que me acerco más, pero una manifestante cuya vestimenta es completamente negra de pies a cabeza me grita “¡No me grabes!”, retiro mi teléfono y me alejo, pero me veo sumida en la corriente que me arrastra, veo a mis compañeras entre la multitud, de alguna u otra forma nos tomamos de las manos y seguimos la marea.
Llegamos a las escalinatas de los héroes de la patria, héroes que también subordinaron a sus iguales en la lucha por la libertad de un país cuyas bases fueron cimentadas por mujeres; allí, tras realizar iconoclasia, una por una pasan a enunciar las aberraciones de las que han sido víctimas, con la voz entrecortada por el miedo, un miedo que se esparce en cada espina dorsal, “¡No estás sola!, ¡No estás sola!, ¡No estás sola!”, el eco se convierte en un relámpago que interrumpe la parálisis y fortalece el espíritu colectivo que no se doblega, que no duda, que grita más fuerte contra ese gigante que intenta aplastarnos bajo sus pies inmensos, pero que se tambalea cuando todas nos levantamos al mismo tiempo.
Lloran, se abrazan ríen, fotografían los momentos en los que han exorcizado los demonios que las asechaban, aunque saben que la lucha no termina, el saber que están todas juntas las conmueve y motiva a seguir resistiendo, por las que ya no están, por las que vienen, por ellas mismas.
La tarde va cayendo poco a poco, y resguardadas en una oscuridad que pretendía intimidarlas, recobran sus caminos con un poco más de esperanza, esperanza por cambiar el rumbo de sus vidas, por hacerle justicia a sus desaparecidas, a sus muertas, por ver pagar a aquellos que les hicieron dudar de lo valiosa que es su existencia, por dejar un lugar más justo, donde el miedo sea un mal sueño nada más, donde su alma no pese, donde todas seamos libres.
Fotos: Leslie Flores