Crónicas de Yauhquemehcan por David Chamorro Zarco - Linea de Contraste

Crónicas de Yauhquemehcan por David Chamorro Zarco

Leer a Juan Rulfo, una experiencia única

Tlaxcala, Tlax; 26 de junio de 2025 (Redacción). – Nuevamente me atrevo a sugerir a los amables seguidores de este espacio que me dispensan con el favor de su lectura, a un escritor que bien pueden adoptar en estos días lluviosos de principio de verano y a quienes dentro de algunas semanas disfrutarán de sus vacaciones, procurando que tales semanas redunden en un gran provecho intelectual para quien tome entre las manos algunos libros.

 Hoy hablaré de Juan Rulfo, uno de los escritores mexicanos más afamados, que más influencia dejaron en las letras no sólo de nuestro país, sino de toda la América Latina, influyendo en la construcción de una tendencia literaria que alcanzó grandes dimensiones desde la década de 1960 y que fue el realismo mágico, que sirvió también como plataforma de lanzamiento para literatos de grandes vuelos dentro de nuestros países hermanos.

 Dicen que una vez, cierto personaje norteamericano, atraído por la fama bien ganada de Juan Rulfo, creyendo que se trataba de un escritor de vastísima producción, a la manera tal vez de Honorato de Balzac, preguntó cuántos libros había escrito y publicado el referido Rulfo. Cuando se enteró de que eran apenas dos los volúmenes que el jalisciense había dado a conocer, su admiración creció aun más, pues no se explicaba el por qué una persona de aparente producción tan exigua, hubiera incidido de manera tan determinante en el pensamiento y en la manera de escribir en las últimas décadas.

 Acaso entre las causas de su gran influencia esté el hecho de que Juan Rulfo fue capaz de mirar el interior más profunda del alma mexicana; que pudo conocer del sentimiento del campesino y del indígena que, en el marco de su soledad, aún vivía sumergido en una realidad que se había labrado a sí mismo; a lo mejor fue por la capacidad de Rulfo de entender que en México la realidad y la fantasía coexisten en todo momento para cualquier persona que desee tomar conciencia de tal virtud; acaso haya sido su perspectiva para mirar, de ver de cerca, la realidad de un México tan sangrante, tan doliente, tan pobre, pero tan lleno de fiesta y esperanza.

 No se piense que Rulfo fue un literato de academia. Parece que fue un buen estudiante, más el destino le impidió cursar estudios universitarios completos. Se le recuerda acudiendo en diferentes momentos a la Universidad Nacional Autónoma de México, concretamente a la Facultad de Filosofía y Letras, a escuchar, bajo el formato de conferencias, a los hombres de ciencias y artes más afamados de su tiempo. Con Juan Rulfo estamos nuevamente frente al milagro luminoso del autodidacta, del hombre que se forma a sí mismo a través de las horas interminables de lectura, de reflexión y de redacción; estamos ante el hombre solitario y tímido que prefiere la compañía de sus pesados volúmenes que desperdiciar su existencia entre el humo de las vanidades.

 A lo largo de los diversos trabajos que desempeñó, la mayor parte del sector de gobierno en posiciones más bien medianas o menores, le dieron la ocasión, por ejemplo, de viajar por diversos lugares de un país que, a pesar de encontrarse ya a unos treinta años de distancia de la Revolución Mexicana, aún no lograba obtener algún beneficio que le diera noticia de que el movimiento social realmente había servido de algo. En su precioso libro de cuentos «El llano en llamas», Juan Rulfo hace una compilación maravillosa de la realidad rural de un México posrevolucionario, con todas sus pobrezas y carencias, con todos sus mitos y creencias.

 En El Llano en Llamas, Rulfo pinta de cuerpo completo la tragedia que para muchos representó el reparto agrario y las nuevas oportunidades de desarrollo para el campo mexicano, pues un grupo de campesinos, después de años de gestión para la asignación de sus parcelas, se dan cuenta de que lo único que recibieron fue un páramo, un suelo árido y agrietado en donde ni los nopales se dignan en crecer. Desesperados y desengañados, los campesinos se repiten una y otra vez la frase que en un primer instante les pareció triunfal y ahora tiene notas de burla, con saliva amarga: nos han dado la tierra.

 En Luvina, el lector queda admirado de darse cuenta de un paisaje y de un tiempo que de plano parece no moverse, sino mantenerse estático. «¿No oyes ladrar los perros?», es una narración maravillosa en donde un padre carga a cuentas a su hijo herido, mientras le reprocha su comportamiento disoluto, encargándole a cada momento que ponga atención para saber si ya están acerca del pueblo, pues con toda seguridad la señal que tendrán de haber llegado a su destino, será el escuchar el ladrido constante de los perros, con lo que se mantiene la esperanza del viejo de llegar a su descanso.

 La desolación y la pobreza parecen colores constantes en estas pinturas del campo mexicano, pues una familia de condición por demás humilde sólo posee una vaca como todo capital que está reservada como dote para que, llegado el momento, sea entregada a la hija menor, pero quiere la calamidad que el río creciera en corriente y arrastrara al animal, dejándolos en la más completa desolación.

 En estos pueblos también se vive profundamente la religiosidad, pero a veces una mezclada con la magia, con creencias que por momentos se alejan de los cánones. Rulfo nos lo muestra en «Anastasio Morones», un compadre de Lucas Lucatero a quien dicen que merece la calidad de santo por todas sus obras y milagros.

 «Pedro Páramo» es de hecho la única novela de Juan Rulfo, a pesar de que también escribió «El gallo de oro», que más bien fue adaptada para el cine. En esta narración por demás inquietante, un hombre llega al pueblo de Comala con la intención de buscar a un hombre que dice que fue su padre, un tal Pedro Páramo, y la obra transcurre alternando los tiempos narrativos, principalmente el pasado y el presente, sin que haya muy definida la diferencia entre uno y otro; asimismo, uno de los atractivos más grandes de la obra es que de la misma manera se mesclan la realidad y la ficción, los diálogos con los vivos y la participación de los muertos, la existencia de amores, pasiones, odios y venganzas en donde todos participan, todo ello en el marco de una esfera muy parecida a cuando soñamos, en donde nada sigue un orden, en donde todo es posible, en donde no existen secuencias ni esquemas inquebrantables.

 Ciertamente había ya escritores que habían adelantado un poco en esta aventura de esta manera de contar las cosas dejándose llevar por el vaivén de las olas de la imaginación, como es el caso de James Joyce. No obstante, lo logrado por Rulfo dejó admirados a todos, por ejemplo, al gran Jorge Luis Borges quien de inmediato lo lanzó a lo más alto de la cúspide de los escritores en lengua hispana y hasta universal. Pedro Páramo significó la plataforma de lanzamiento para que muchos escritores jóvenes, a quienes años después se aglutinó en un movimiento al que dio el llamarse el boom latinoamericano, lograran el desarrollo pleno de sus ideas. Acaso quien más debe a Juan Rulfo en su formación y en su concepción de la literatura sea el colombiano Gabriel García Márquez, con todo el desarrollo de la tendencia a la que se dio el nombre de realismo mágico.

 Queda, pues, la invitación para que en Yauhquemehcan y en todo Tlaxcala nos acerquemos a la lectura de este gran hombre, Juan Rulfo, y cada cual pueda sacar sus propias consideraciones y conclusiones, en esta realidad nuestra que a lo mejor no se distancia mucho del pueblo de Comala en donde seguimos viviendo una especie de realidad rulfiana o kafkiana, en donde no se solo se mezcla en México lo real con lo mágico, lo vivo con lo muerto, sino también lo absurdo con lo lógico y hasta lo cínico con lo serio. Ojalá, en fin, que podamos acercarnos a este magnífico escritor y estoy seguro de que su lectura será para todas y para todos una experiencia abrazadora y excitante.

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