SIN FILIAS Y SIN FOBIAS Por JOSÉ JACINTO VEGA
Cuando las borregadas colisionan
Cuando Andrés Manuel López Obrador era candidato opositor se distinguió por ser implacable en contra de los abusos de quienes detentaban los cargos públicos, siempre fue un férreo crítico de las conductas aberrantes del poder y, por diversas razones, tuvo que batallar durante 13 años para alcanzar su meta, teniendo primero que sobrevivir políticamente a un intento de desafuero como Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, hoy Ciudad de México, así como a tres elecciones presidenciales.
Sin embargo, ya en el añorado cargo de Presidente de la República ha experimentado, día con día, una transformación que gradualmente le muestra, al igual que aquellos a los que fustigó como opositor, en un ser envenenado por el poder, que ha convertido a sus cotidianas conferencias mañaneras en una especie tragicomedia de la política mexicana.
Su intolerancia es ya incontrolable, no resiste ningún tipo de crítica que ponga en riesgo, no su proyecto, el cual parece no tener pies ni cabeza, sino su anhelo de pasar a la historia como “el mejor presidente de México”, sentado en la inmortalidad al lado de Juárez, Madero y Cárdenas, sus íconos a seguir.
Su odio hacia diversos políticos, empresarios, y comunicadores, lo desahoga con sarcasmos y descalificaciones, algunas con el único sustento de su visceralidad, utilizando los recursos públicos que despliega en sus “mañaneras”.
En la semana pasada, Don Andrés Manuel, llevó al extremo del ridículo su actuar al responder de “bote pronto” a la declaración del Parlamento europeo sobre la situación que viven los comunicadores y defensores de derechos humanos en la actualidad. Si bien López Obrador tiene derecho a disentir de lo dicho por el Parlamento europeo, aunque los hechos puedan contradecirlo, su respuesta, no corresponde a lo que se espera de un jefe de Estado, y lejos de generar algún tipo de ofensa, como él posiblemente quiso infligir a los eurodiputados, les ha de haber provocado hilaridad cuando les fue traducida, ya que su sincera visceralidad solo lo mostró internacionalmente como un ser inmaduro, intolerante y falto de conocimiento de los mecanismos diplomáticos que deben observar las relaciones entre naciones e instancias multinacionales.
El desconcierto que causó su respuesta incluso llevó a la diputada morenista Armendáris y al petista Fernández Noroña a dudar de su veracidad, aunque la duda les duró poco, al confirmarse, por el propio Don Andrés Manuel que, solo él con ayuda de su jefe de comunicación social como “mecanógrafo”, había redactado la misiva, dejando a su canciller fuera, que en un estricta observancia de los procedimientos diplomáticos habría tenido que ser quien la redactase, lo que literalmente dejó en ridículo a Marcelo Ebrard.
Llamar “borregos” a los eurodiputados, sin duda, fue una respuesta que le salió de lo más profundo del estómago, lo cual de inmediato complementó, lanzado a los suyos para embestir con declaraciones y manifiestos a los que le habían agraviado. Esta colisión de “borregadas”, sin duda, será inscrita en el anecdotario de la política mexicana, y se repetirá en charlas de café durante tertulias políticas, cuando en la lejanía de los años jocosamente se recuerde a aquel presidente que un día decidió mostrarse internacionalmente como un simple dictador tropical. Cuando las borregadas colisionan.