A CAPELLA Por MAURICIO HERNÁNDEZ OLAIZ

En los tiempos del Covid 19 se hace presente el virus de la ambición.
El virus de la ambición se ha apoderado de más de uno. Aunque cualquiera puede contagiarse los que han mostrado sus terribles síntomas son los miembros de la clase política. Tardaron un tiempo en aparecer, pero ahora que lo han hecho, evidencian su hambre, su necesidad por mantener su status quo. En otras palabras, su ambición de poder político.
Y es que el virus de la ambición penetra en lo más hondo de cada ser, lo lleva a realizar actos desproporcionados y hasta ridículos. Se justifican con que no es ambición sino ganas de crecer, pero este virus es tan dañino, que para obtener sus propósitos, se vale de absolutamente todo lo que está en su paso. A través de su avance, forma mutaciones, que alteran al sujeto infectado para que a todas luces sienta que lo que hace es apenas una pequeña parte de lo que puede lograr.
La ambición tiene muchas veces la cara de humildad, sinceridad, amor, sacrificio, bondad, pero en el verdadero origen de sus actos están la vanidad, el orgullo, el ego-enfermo o la soberbia y tantos que no llegaríamos a enumerar.
Lo anterior lo traigo a colación por los recientes acontecimientos evidenciados por políticos del estado, quienes bajo la cortina de la bondad y la genuina preocupación entregan despensas y suplementos médicos a los necesitados por la terrible pandemia del 2020. Y es que no es lo mismo llevar a cabo un acto altruista y sincero al llevar ayuda desinteresada a los que más lo necesitan, que hacerlo para obtener una recompensa vulgarmente electorera.
Lo mostrado por los diputados locales Michelle Brito y José Luis Garrido, no solo exhibe que están totalmente infectados por el virus de la ambición, sino que además evidencian su baja calidad moral y humana. Ambos, escudados en la sinceridad y bondad, entregan despensas a pobladores de bajo nivel económico. Pero no pueden dejar atrás su perfidia, no pueden superar su contagio, tienen que buscar su pedestre recompensa electoral, al fotografiarse sonriendo con el pueblo bueno, y atrás de ellos los displays propagandísticos con su cargo y nombre. La gente no puede olvidar, bajo ninguna circunstancia, quién les regalo su pedorra despensa. Su orgullo y falsa humildad se trastocan si entregan algo que no lleve claramente su firma. La recompensa que esperan tendrá que llegar pronto, de lo contario, arremeterán con furia contra todos aquellos que no les agradecieron su bondad.
Pero los políticos se confunden, no tienen la capacidad de ver y sentir que llevar acabo un acto bueno cobijado con estrategia electoral y un friego de fotos que conserven el momento de la benevolencia, es ruin, es vulgar, es una muestra de contagio ambicioso.
Aunque otros han obviado la parafernalia propagandística en el sitio, no así las múltiples fotos para las redes y el boletín electoral. El mandarle a la prensa la evidencia de sus “nobles” actos. Igual lo hace Adriana Dávila, que Joel Molina, los locales Rafael Ortega y Víctor Castro, el presidente de la mesa López Avendaño, las legisladoras locales Patricia Jaramillo García, María del Rayo Netzahuatl Ilhuicatzi y la federal Claudia Pérez Rodríguez, como también Zonia Montiel y Maribel León Cruz.
Finalmente de todos ellos hay evidencia de sus muy buenas y nobles acciones, así como el de la evidencia de que portan el virus de la ambición aunque sea un poco. Seguro estoy que si alguno de ellos lee estas líneas- cosa que dudo mucho- se preguntarán. ¿Pero que escribe este individuo, a que se refiere, que pasa por su obtusa mente? .Yo lo hice de manera desinteresada. ¿Es neta?, ¿En verdad ayudaron de corazón y sin esperar nada a cambio?…No lo creo.
Y les voy a contar la razón de mi descomunal recelo. Simplemente porque me enteré de sus muy generosas acciones. Al enterarme tuvo que haber, por pequeño que fuera, una acción de divulgación, de promoción, de cacaraquear el acto. Un acto de verdadera bondad y desinteresado no se entera nadie. Ni aparece en los medios ni en las redes. Un acto que no lleva la firma del contagio del virus de la ambición, no espera recompensa ni aplauso ni reconocimiento. No espera retribución, ni alimenta proyectos futuros.
Hay muchas personas que ayudan de verdad y no necesitan ver su cara sonriente en la prensa, con un cubre bocas en el cuello para que todos sepan quién llevó a cabo tan noble acto. Es patético y sinvergüenza, algo que casi todos los políticos traen en su ADN, el virus de la ambición.
Hay quienes lo tienen más enraizado, que han vivido con él años, lo mismos de su carrera política y su deseo por mantener el poder público. Hacen lo que sea con tal de ganar un nuevo puesto. Aparentan ser nobles, desinteresados. Entregan recursos que no son suyos, pero los presumen como tales. Prometen la indecible y abrazan y besan sin cesar. No les importa a quien dejan tendido en el terreno, no les importa la gente, tan solo seguir alimentado su muy personal virus de la ambición.
Por lo anterior es que casi no hay verdaderos políticos comprometidos con su pueblo, porque les preocupa más su ser que el de los demás. Un servidor público puro de perfil, no necesita reconocimiento, ese llega solo por su desempeño comprometido con los demás.
En esos actos no hay colores ni partidos, solo personas, que muestran que el virus es ya parte de su propio ser, por ello ya no distinguen ni respetan ideologías, solo respetan las acciones que les lleve al anhelado cargo que les deje influencia y dinero.
Porque en la vida, como debería ser en la política, la bondad silenciosa es la inversión que nunca falla.
Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos. Cicerón
@olaizmau